Celia creía que todos ya estarían dormidos, así que subió las escaleras sigilosamente. De pronto, la luz del pasillo se encendió, lo que la sobresaltó. Al volver la cabeza, se encontró con Ben, recostado contra el marco de la puerta, viéndola con los brazos cruzados.
—¿Acabas de llegar?
—Ah, sí… ¿Todavía no duermes?
—Justo me iba a acostar cuando escuché ruido. Pensé que algún ladronzuelo se había metido —respondió él, con una media sonrisa.
La expresión de Celia se tornó algo incómoda.
—Hoy fui al laboratorio del doctor Gómez. Cenamos tarde y… por eso me retrasé un poco.
Ben se encogió de hombros.
—¿Y cómo está todo por allá?
—Bien. Colaboran con Instituto de Investigación de Ciencias Médicas. Tienen laboratorio y personal listos, no hay que gastar en contratar a nadie.
Él guardó silencio unos segundos y finalmente solo soltó un suspiro.
—Me alegro de que estés satisfecha.
Celia se dirigió hacia su habitación, pero tras unos pasos se detuvo y volvió la vista.
—Ben, también acuéstate pronto. No trabajes tan duro.
Él se sorprendió, luego bajó la mirada con una sonrisa y le hizo un gesto con la mano. Solo después de verla entrar en su dormitorio, no pudo evitar dejar escapar el cansancio. Se masajeó las sienes con los dedos y su expresión se volvió seria.
Las palabras de Ferlín seguían resonando en su mente. No podía evitar preocuparse. Era evidente que consideraban a Celia un sacrificio para un matrimonio arreglado, sin importar su oposición. Al reflexionarlo, ahora le parecía un momento adecuado para tomar decisiones. Independientemente de la postura final de Ferlín, él no permitiría que se aprovecharan de su hermana de esa manera.
Y mucho menos permitiría que sufriera el más mínimo daño.
***
A la mañana siguiente, cuando Celia bajó, la empleada doméstica le sirvió el desayuno. Ya no había nadie más en casa.
—¿Dónde están mis padres y mi hermano?



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