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La Falsa Muerte de la Esposa novel Chapter 118

Capítulo 118

Esmeralda contempló con asombro cómo toda huella del Centro de Servicios de Muerte Fingida se desvanecía de su celular, como si una brisa invisible hubiera barrido hasta el último rastro de su existencia.

Qué detalle tan exquisito tienenmusitó para misma, con un dejo de admiración.

Esa noche, la casa de los Espinosa parecía sostenerse en un equilibrio frágil. Pablo había regresado del hospital apenas unas horas antes, y su dieta estricta lo tenía inquieto. Eugenia, con paciencia de amatista, había aprendido a preparar una papilla nutritiva tras horas frente a tutoriales en línea. Sin embargo, el pequeño se negaba a probarla, y sus llantos resonaban por los amplios corredores.

Valentín, encerrado en su estudio, intentaba dar forma a la presentación que sellaría el destino del Grupo Espinosa en la bolsa al día siguiente. Pero el llanto persistente de Pablo golpeaba sus sienes como un martillo obstinado.

-¡Pablo, por favor, guarda silencio un momento! exclamó, con la voz quebrada por la exasperación.

-No quiero -respondió el niño, cruzando los brazos y frunciendo el ceño con una tristeza que parecía tallada en su rostro-. Papá, eres un mentiroso. Un mentiroso de los grandes.

-¿Cómo que un mentiroso? -preguntó Valentín, alzando una ceja mientras el calor de la ira comenzaba a trepar por su cuello.

-Dijiste que mamá volvería pronto -reprochó Pablo, con los ojos brillantes-. Pero han pasado días y días, y solo vino al hospital una vez.

Valentín palideció, su rostro convertido en una máscara de furia contenida.

-¿Y no fuiste el que la alejó? -soltó, con un tono que cortaba como el viento helado de la madrugada.

Pablo, con la inocencia de sus pocos años, se levantó del suelo, confundido.

-¡Yo no hice que mamá se fuera! -gritó, plantándose frente a su padre con los puños apretados.

-Tú siempre dices que prefieres a Jaz -replicó Valentín-. Eso la puso furiosa, ¿no lo entiendes?

Pablo abrió los ojos de par en par, como si intentara descifrar un acertijo imposible.

-Pero, papá, dijiste primero que Jaz era mejor que mamá -murmuró, casi en un susurro-. Yo solo repetí lo que decías.

-¡Tú! -Valentín frunció el ceño, su mirada oscureciéndose mientras observaba al niño con una mezcla de incredulidad y disgusto.

Iba a responder, pero al notar que Eugenia aún rondaba cerca, carraspeó y buscó una salida.

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-Ven acá -ordenó, suavizando apenas el tono.

Pablo dudó, sus pasos vacilantes mientras se acercaba con el temor brillando en sus pupilas. -¿Cuándo te enseñé a hablar así? -interrogó Valentín, cruzándose de brazos.

-Lo hiciste, insistió Pablo, bajando la voz-. Siempre dices que Jaz te ayuda con el trabajo, que consigue contratos importantes.

Valentín entrecerró los ojos, reflexionando un instante antes de responder.

-Jaz es mi secretaria, es su trabajo ayudarme con esas cosas -dijo, restándole importancia con un gesto de la mano.

-Y también dijiste que la ropa de Jaz es más bonita que la de mamá -continuó Pablo, animándose un poco-. Ella siempre usa vestidos elegantes cuando me lleva al kinder. ¡Todos mis amigos la envidian! Y los papás también, porque se quedan mirándola todo el tiempo.

Valentín frunció el ceño aún más, atrapado por un recuerdo fugaz: Jazmín, con su figura esculpida en un traje ajustado, falda ceñida y tacones que resonaban con autoridad, llevando a Pablo de la mano. No era de sorprender que captara miradas.

-De todos modos, papá, dijiste que Jaz es mejor que mamá en todoremató Pablo, bajando la voz hasta que fue apenas un susurro-. Pero la comida de Jaz no es tan rica como la de mamá. Papá, ¿cuándo vuelve? Quiero comer las costillitas y los muslos de pollo que ella hace

-Comer, comer, siempre pensando en comida -lo interrumpió Valentín, exasperado, sin saber de dónde brotaba tanta irritación.

Miró a su hijo con una mezcla de enojo y desconcierto.

-¡Ve a comer ahora mismo! -ordenó-. Y si después te pones a llorar de hambre y te atascas de golosinas, ya verás cómo te jalo las orejas.

Pablo, molesto pero consciente de que no podía ganar esa batalla, se alejó arrastrando los pies con un mohín de derrota.

Cuando el niño se perdió de vista, Valentín se llevó las manos a las sienes, masajeándolas con dedos tensos. ¿Cómo podía ser que hasta su propio hijo lo sacara de quicio? ¿De verdad había dicho todas esas cosas alguna vez? No era de extrañar que Esmeralda se hubiera sentido como un eco olvidado. No, decidió en ese instante; apenas terminara el lanzamiento de la empresa al día siguiente, cuando la tormenta de trabajo amainara, haría algo para enmendarlo. Algo que valiera la pena.

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