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La Falsa Muerte de la Esposa novel Chapter 131

Capítulo 131

Los murmullos se alzaron como un eco entre los presentes al escuchar las palabras de Manuel, cargadas de un dolor que parecía cortar el aire.

¿Trabajar en un proyecto?

¿No era Esmeralda apenas un rostro bonito, un adorno vacío en la vida de los Espinosa?

¿Y ahora resultaba que había planeado colaborar con Manuel en una investigación de alcance nacional?

La incredulidad pintaba los rostros de muchos, mientras otros, aquellos que ya guardaban un rencor ardiente hacia Valentín, sentían cómo la furia les encendía la sangre. Amar a alguien, decían, era como cuidar una flor: regarla, protegerla, verla florecer. Entonces, ¿qué había hecho la familia Espinosa para marchitar una vida tan vibrante y reducirla a cenizas?

Valentín, con el rostro desencajado, avanzó tambaleante hacia Manuel y lo aferró del brazo con desesperación.

-¿Qué dijiste? ¿Que ella prometió trabajar contigo en ese proyecto?

David, con el ceño fruncido, apartó la mano de Valentín de un movimiento brusco.

-¡Suéltalo, carajo!

Conteniendo apenas su rabia, con los ojos enrojecidos y la voz temblando de indignación, añadió:

-¿Con qué autoridad te atreves a preguntar eso? Si no fuera por ti, Esmeralda seguiría aquí,

con nosotros.

Pero Valentín parecía sordo a las acusaciones, sus ojos clavados en Manuel, buscando una verdad que se le escapaba.

-¿De verdad te lo prometió?

Manuel cerró los ojos con lentitud, como si el peso de los recuerdos lo aplastara, y asintió.

-Cuando esa muchacha vino a verme, su alegría era imposible de ignorar. Me dije: Por fin se dio cuenta de lo que vale. Le guardé un lugar en mi equipo, soñando con el día en que llegaría a brillar. Pero jarnás pensé que todo terminaría así, con esta noticia que me arrancó el alma.

Sus palabras se quebraron, y su cuerpo cedió otra vez, incapaz de sostenerse. David lo sujetó con firmeza, evitando que cayera. Luego, giró hacia Valentín con una mirada que destilaba desprecio, apretando los dientes.

-Si no la hubieras frenado, si no le hubieras cortado las alas con eso de los estudios de posgrado, Esme estaría viviendo la vida que merecía: plena, luminosa. Pero la atrapaste, la apagaste y luego la dejaste caer al vacío.

El corazón de Valentín latía desbocado, un tambor que resonaba en su pecho mientras insistía:

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Capítulo 131

-Si ella te dio su palabra, ¿cómo pudo quitarse la vida? No tiene sentido. Algo está mal aquí, muy mal.

Girándose hacia su asistente, ordenó con voz firme:

-¡Investiga! Averigua qué pasó exactamente.

El asistente, desconcertado, titubeó.

-¿Señor Espinosainvestigar qué?

-¡Investiga a Esmeralda! Rastrea sus pasos, sus últimos días. ¡No está muerta, no puede

estarlo!

-¡Señor Espinosa!

El asistente alzó la voz, su tono cargado de urgencia y súplica.

-Tiene que calmarse, señor. La señora ya no está. Usted vio el cuerpo con sus propios ojos,

¿no es así?

Esas palabras golpearon a Valentín como un mazazo, devolviéndolo a una realidad que se negaba a aceptar. , lo había visto: ayer, en la morgue, el cuerpo inmóvil de Esmeralda, su rostro pálido y sereno. Estaba muerta. Pero si había elegido terminar con todo, ¿cómo pudo hacerle esa promesa a Manuel? Ella no era de las que faltaban a su palabra.

Un dolor agudo atravesó su pecho, y Valentín retrocedió, tambaleándose hasta desplomarse en el suelo. Su asistente intentó levantarlo, pero él lo apartó con un gesto ausente, los ojos fijos en la fotografía de Esmeralda, que parecía observarlo desde la distancia con una calma

inalcanzable.

En ese instante, lejos de allí, el Monasterio Legado de Hipócrates cobraba vida. La sala, antes silenciosa, ahora vibraba con la presencia de la hermandad de Esmeralda, reunidos en un círculo tenso. Todos la miraban con rostros severos, expectantes, mientras ella, sentada con una mezcla de obediencia y nerviosismo, regresaba al fin a su refugio.

Hasta Yeray, siempre el más dulce con ella, habló con una dureza poco común:

-¡Dinos qué pasa, Siete! ¿Por qué todos creen que estás muerta?

Ayer, cuando la noticia los alcanzó, el caos estalló entre sus compañeros. Sin pensarlo, estuvieron a punto de irrumpir en la casa de los Espinosa, sedientos de venganza por su Siete. Pero entonces, su voz llegó por teléfono, tranquila y firme, asegurándoles que vivía y que todo lo explicaría al llegar al Monasterio.

Apenas cruzó el umbral, la rodearon, exigiendo respuestas con una mezcla de alivio y desconcierto.

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