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La Falsa Muerte de la Esposa novel Chapter 48

Capítulo 48

-¿Conoces a algún tasador profesional?

-Un tasadorDéjame consultarlo con mi agente; ella tiene una red de contactos envidiable.

-Perfecto.

Esmeralda inclinó la cabeza con un gesto sereno. No ambicionaba lo que no le correspondía,

pero

lo que por derecho era suyo, lo reclamaría con uñas y dientes.

Estefanía, tras soltar unas palabras rápidas, extrajo su elegante polvera y comenzó a retocarse el maquillaje con un suspiro.

-Estos círculos oscuros bajo mis ojosNo si un mes entero de descanso podría borrarlos.

-¿Círculos oscuros?

Esmeralda la observó con atención y, en efecto, unas sutiles sombras se dibujaban bajo su

mirada cansada.

-Te llevaré algo cuando pase por casa. Verás cómo se te quitan en un abrir y cerrar de ojos.

Estefanía dejó escapar otro suspiro, cargado de hastío.

-Olvídalo, nada funciona. He gastado una fortuna en parches y cremas, y aquí siguen, imperturbables.

Con su tez pálida y esa facilidad para los moretones, cualquier trasnocho o descuido dejaba huellas imposibles de disimular. Terminó de hablar y, de pronto, clavó la vista en el rostro de Esmeralda, como si acabara de descubrir un misterio.

-Espera un segundoCompartimos casi el mismo tono de piel, y tú siempre estás lidiando con los niños y los líos de la casa. ¿Cómo es que no tienes ni una sombra bajo los ojos?

Y no era solo eso: su piel resplandecía, suave y firme, como si el tiempo se negara a rozarla, improbable para alguien a las puertas de los treinta.

-¡Habla ya! ¿Qué productos usas? ¿Qué tratamientos te estás haciendo?

Esmeralda dejó escapar una risita cristalina y le guiñó un ojo con picardía.

-Es un secreto bien guardado, pero en unos días te traeré algo para que lo pruebes con tus propios ojos.

Por años, Yeray había sido el artífice de esas fórmulas milagrosas para su piel, y su perfección la había inspirado a soñar con una marca propia. Si lograba recuperar lo que Valentín le debía, ese dinero sería el cimiento de su nuevo comienzo.

Esmeralda no imaginaba que volvería a cruzarse con Valentín tan pronto, mucho menos que él la estaría esperando como un espectro frente a su puerta. Tras despedirse de Estefanía, había

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regresado al refugio que la familia Santana le había dispuesto. Al deslizarse las puertas del ascensor, su silueta emergió ante ella, inmóvil, bloqueando el paso. Por un instante, sus dedos temblaron sobre el botón de cierre, tentada de huir como quien esquiva un mal presagio. Ya no quería más lazos con él.

-Vaya, parece que te has dado una vida de reina desde que te largaste.

La voz de Valentín destilaba un desprecio gélido mientras sus ojos se detenían en las bolsas de marcas exclusivas que colgaban de las manos de Esmeralda. Habían sido un capricho de Estefanía tras el almuerzo, prendas y zapatos que insistió en regalarle con esa generosidad arrolladora suya.

Esmeralda había creído que, tras unos días, su corazón estaría más blindado. Pero al verlo de nuevo, una punzada atravesó su pecho, un eco incómodo que le revolvía el alma.

-¿Cómo supiste que estaba aquí?

Salió del ascensor con paso firme, su tono tan cortante como el filo de una hoja. Temía que él hubiera desentrañado su secreto como discípula del Legado de Hipócrates; eso arruinaría su plan de desaparecer bajo una muerte fingida. Por fortuna, Valentín no tenía tanto alcance.

-Fui a la policía. Dije que habías desaparecido. Revisaron las cámaras de seguridad y te

rastrearon.

Esmeralda apretó los labios, conteniendo una réplica. Claro, seguían casados; él aún podía mover esos hilos.

-¿De dónde sacaste el dinero? -Valentin frunció el ceño y dio un paso hacia ella-. ¿Se lo pediste a Estefanía?

-¿Quién era el tipo que te llamó el otro día?

-Y hoy, ¿qué pasó en la guardería? ¿Dejaste a nuestro hijo para cuidar a la hija de otra?

Las preguntas caian como un aluvión, cada una más afilada que la anterior. Esmeralda sintió que la paciencia se le escapaba entre los dedos y arrugó el ceño, hastiada. Alzó la mirada hacia él, enfrentando esa postura agresiva, y de pronto una risa amarga brotó de sus labios.

-¿De qué te ries?

-Me rio de misma, de lo ciega que fui al ponerte en un pedestal.

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