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La Falsa Muerte de la Esposa novel Chapter 60

Capítulo 60

Esmeralda cruzó los brazos con un gesto pausado, dejando que una chispa de desprecio brillara en sus ojos al posarlos sobre Jazmín, que permanecía inmóvil a un lado, como una estatua atrapada en su propio desconcierto.

-¿Y no estabas ahí ese día? -le espetó con voz firme-. ¿No te lo mencionaron siquiera?

Valentín giró el rostro hacia Jazmín, las líneas de su mandíbula tensándose mientras aguardaba una respuesta.

-Valentín, por favor -intervino Jazmín con rapidez, las palabras brotando como un torrente nervioso-. ¿Cómo podría eso considerarse intimidación? conoces a Pablo, sabes que no es

un mal niño.

Una carcajada seca escapó de los labios de Esmeralda, resonando en el aire como un eco burlón. “¿No es un mal chico?La idea le parecía tan absurda que casi podía saborear la ironía. Recordó los días en que vigilaba cada paso de Pablo, guiándolo con paciencia para evitar que sus impulsos lo arrastraran por caminos oscuros. Pero ahora, tras apenas unos días lejos de esa casa, el cambio en él era innegable. Qué ingenua había sido al pensar que la bondad brotaba sola, sin esfuerzo, como una flor silvestre.

-Si decides disculparte -continuó, dejando que su voz cortara el aire con precisión-, descubrirás que la niña a la que Pablo acosó en el jardín no es cualquier niña. Es la nieta del

señor Santana.

Valentín, que hasta ese instante había mantenido una máscara de indiferencia, sintió cómo el asombro le abría los ojos de golpe. Su mirada saltó de Esmeralda a Jazmín, incrédula, buscando respuestas en el rostro pálido de esta última. Jazmín, por su parte, quedó petrificada, con la boca entreabierta y los ojos vidriosos, incapaz de articular palabra ante la revelación. ¿La nieta de los Santana?El pensamiento reverberaba en su mente como un trueno inesperado.

-¡Jazmín, qué está pasando aquí! -Valentín bajó la voz, pero el tono destilaba una ansiedad que no podía disimular.

Jazmín desvió la mirada, atrapada en un torbellino de recuerdos. El incidente de las coronas de flores destelló en su mente, y con un movimiento rápido se desligó de toda culpa.

-Valentín, tranquilo -respondió, las palabras tropezando entre . Ese día estuve con tu madre, pero me fui antes de que pasara lo peor. Ella se encargó de todo después. ¿Por qué no le preguntas a ella?

Valentín escuchó, y un escalofrío le recorrió la espalda. Conocía bien el temperamento de su madre: su inclinación a proteger a Pablo a toda costa, su tendencia a ignorar las consecuencias. Si algo había sucedido, seguro que ella lo había empeorado con su indulgencia ciega. En ese instante, sintió que el suelo bajo sus pies se desmoronaba.

Al principio, había considerado culpar a Esmeralda, incluso pensó en pedirle que intercediera

con los Santana para suavizar las cosas. Pero ahora, la verdad lo golpeaba como una ráfagal helada: era su propio hijo quien había encendido esa chispa. Con el peso y la influencia de la familia Santana, que hubieran cortado lazos con el Grupo Espinosa ya era un milagro.

Esmeralda, al notar el brillo del sudor en la frente de Valentín, dejó que una sonrisa suave se dibujara en sus labios, un destello de satisfacción bailando en su rostro. Justo cuando giraba para marcharse, una voz la detuvo.

-¿No es este el señor Espinosa? -dijo alguien con un tono ligero, casi casual-. ¿También vino a la conferencia? Oh, y esta dama a su lado, ¿es la señora Espinosa, supongo?

El comentario no iba dirigido a Esmeralda, sino a Jazmín, que seguía aferrada al brazo de Valentín como si fuera su ancla. Valentín, perdido en el torbellino de sus pensamientos, tardó en reaccionar. Sus ojos se posaron en el desconocido, luego en Esmeralda, pero no dijo nada.

Esmeralda se rio para misma.” Qué ironía. En otro tiempo, ese malentendido la habría herido como una espina clavada en el pecho, el silencio de Valentín confirmando su invisibilidad. Pero ahora, al verlo titubear, no sentía más que un vacío tranquilo. La diferencia entre importarle y dejarlo ir era un abismo que ya había cruzado.

Caminó con paso firme hasta el camerino, donde un asistente de Isaac la guio hacia una sala íntima y silenciosa. Allí, Isaac esperaba, sentado en su silla de ruedas, con la postura serena de quien observa el mundo desde una distancia calculada.

-¿Cómo estás? -preguntó Esmeralda, acercándose con una sonrisa cálida-. ¿Te duele la pierna?

Desde el ángulo de Isaac, la luz ámbar de la lámpara rozaba el cabello de Esmeralda, dotándolo de un brillo que parecía atrapado en un lienzo. Él la observó en silencio, sus ojos recorriendo cada detalle de su rostro sin prisa. Tras una pausa que pareció eternizarse, su voz finalmente rompió el aire, profunda y cargada de un matiz indescifrable.

-¿Era Valentín con quien estabas sentada?

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