Capítulo 64
Manuel observaba a Esmeralda con una mezcla de ansiedad y ternura, sus ojos recorriendo el rostro de la joven como si intentaran desentrañar un enigma largamente guardado. No alcanzaba a descifrar del todo qué la había traído de vuelta a la escuela ese día.
Esmeralda, con la mirada esquiva, inclinó la cabeza, dejando que las palabras se le escaparan
entre susurros.
-Profesor…
Su voz tembló, quebrándose como una cuerda a punto de ceder.
-Hace años tomé un camino equivocado. Creí que al apostar por lo que entonces llamaba amor verdadero, mi vida encontraría su forma perfecta. Soñaba con un hogar, con raíces que
me sostuvieran.
Cada palabra parecía hundirse más en su pecho, apretándole la garganta con un nudo invisible. -No imaginé que todo se desmoronaría de esta manera…
-Y ahora…
-Sé que fallé, profesor. Pero dígame, ¿aún estaría dispuesto a tenderme una mano?
Los ojos de Manuel se encendieron con un brillo húmedo, y su mirada se clavó en ella con una intensidad que atravesaba el tiempo.
-¿Me estás diciendo que quieres retomar los estudios?
-¡Si usted me abre esa puerta, profesor!
Dos lágrimas se deslizaron por las mejillas curtidas de Manuel, traicionando su intento de contenerlas. Con un gesto cargado de emoción, extendió la mano y dio un leve golpe
afectuoso sobre la de Esmeralda.
-No me equivoqué contigo, pequeña testaruda. Al fin has vuelto a casa.
Esmeralda dejó que sus propias lágrimas corrieran libres, como un río que por fin encuentra su
cauce. Había anhelado este momento durante años.
-Pero…
Tras enjugar sus ojos, ella titubeó, sorbiendo por la nariz antes de continuar.
-¿Pero qué? -Manuel frunció el ceño, suspicaz-. No me digas, mocosa, que ya estás
pensando en echarte para atrás, ¿verdad?
Una risa suave escapó de Esmeralda, aligerando el aire entre ellos.
-¿Qué dice, profesor? Jamás daría marcha atrás.
-Es posible que no pueda presentarme al examen con mi nombre actual. Pero no se preocupe,
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Capitulo 64
profesor. Este año, en el ingreso a la maestría, ahí estaré.
Manuel no entendió del todo sus palabras, pero al verla tan resuelta, intuyó que un plan bullia
en su mente. Resopló con una mezcla de orgullo y resignación.
-No me interesa cómo te llames en los papeles, solo quiero verte cruzar esa puerta.
-Ahí estaré, se lo prometo.
Tras despedirse de Manuel, Esmeralda abandonó el Instituto Humanista San José con pasos lentos, casi reverentes. Al levantar la vista, el cielo se desplegó ante ella, vasto y limpio, mientras el aroma dulce de las flores llenaba sus pulmones. Una chispa de esperanza floreció en su interior, como si el mundo entero se abriera a sus pies.
Sin embargo, al girar la cabeza hacia el campus, una sombra de melancolía cruzó su rostro. Si no hubiera sido por las calificaciones falsas que Valentín le puso delante, hoy sería una discípula consagrada de Manuel. Quizá su nombre ya resonaría entre los grandes de la medicina, grabado en letras doradas.
Una sonrisa amarga curvó sus labios al pensarlo.
En ese instante, a pocos metros, dentro de un auto detenido, Carmelo Silva bajó la ventanilla, dispuesto a llamarla. Pero algo lo detuvo.
-Señor Santana -dijo con cautela, volviéndose hacia el hombre en el asiento trasero. Parece que la señorita Esmeralda ha estado llorando.
Isaac guardó silencio. A través del cristal, ya había notado el sutil rubor que delataba las lágrimas en la piel pálida de aquella mujer. Sus ojos, ligeramente hinchados, hablaban de una pena reciente.
¿A dónde había ido? ¿Qué la había hecho derramar tanto? ¿Sería por ese esposo suyo?
Por un instante, el aire dentro del auto se tornó denso, casi asfixiante, y Carmelo, al volante, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Solo cuando Esmeralda subió a un taxi y se alejó, se atrevió a romper el mutismo.
-Señor Santana, ¿la seguimos?
Isaac no contestó de inmediato. En cambio, su voz, calma pero firme, cambió el rumbo.
-¿Dónde está Araceli?
-A esta hora ya salió del jardín. Debe estar en casa.
-Vamos por ella.
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