Capítulo 66
La sala vibraba con el eco de voces airadas mientras Margarita, con el rostro crispado por la indignación, señalaba a Eugenia con un dedo tembloroso.
-¿Cómo te atreves a hablarme así? ¿Qué pasa, acaso mi hijo te trajo aquí solo para que te paguen por adornar la casa?
-Señora, su hijo me contrato para encargarme de la rutina de él y de Pablo, pero nunca mencionó que tuviera que atenderla a usted como si fuera una enferma en cama.
-¿A quién le dices enferma, eh? -replicó Margarita, alzando la voz-. Solo me cuesta un poco
moverme, pero te aviso que…
Pablo, que hasta ese momento jugaba despreocupado con sus carritos al otro lado de la sala, lanzó los juguetes al suelo con un golpe seco, furioso.
-¡Abuela, ya callense de una vez!
Tras el grito, el pequeño estalló en un chillido tan agudo que parecía querer hacer temblar las paredes. El caos se apoderó de la casa en un instante, y cuando Valentín cruzó el umbral, su ceño estaba tan fruncido que parecía tallado en piedra. Se llevó las manos a las sienes, masajeándolas con fuerza, y dejó escapar un gruñido grave.
-Cállense todos.
El mandato cortó el aire y, por fin, un frágil silencio se asentó. Margarita, aprovechando el respiro, apuntó de nuevo a Eugenia con una mezcla de reproche y altivez.
-Mira nomás, Valentín, fíjate a quién contrataste. Le pedí que me ayudara un poco con la pierna y ya armó todo un drama.
Eugenia, con los brazos cruzados y los labios apretados, no se quedó atrás.
-Señor, nunca acordamos que yo cuidaría de Margarita. Estos días, además de ocuparme de usted y de Pablo, ya he hecho mucho más de lo que firmé.
-¡Eso no es cierto! -saltó Margarita, lista para reavivar la discusión.
Valentín alzó una mano, cortando el intercambio antes de que escalara otra vez. Con un gesto cansado, dejó caer su chaqueta sobre el brazo del sofá y habló con una voz profunda, cargada
de autoridad.
-Mamá, Eugenia tiene razón. Esas no son sus responsabilidades.
Luego giró hacia Eugenia, mirándola con calma pero firmeza,
-Eugenia, si decides hacer un poco más, te aumentaré el sueldo. Pero si estás agotada, puedes irte cuando quieras.
Eugenia abrió la boca, como si quisiera replicar, pero tras un segundo de duda, apretó los labios y se dirigió a la cocina sin decir palabra. Margarita, aún sentada, soltó un murmullo cargado
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de desprecio.
-Al final, todo se reduce a cuánto más le puedes sacar, ¿no?
-Mamá–la interrumpió Valentín, con un tono que no admitía réplica.
Se acercó a ella, frunciendo el ceño mientras tomaba aire.
-Necesito hablar contigo de algo importante.
-¿Hablar de qué? -respondió Margarita, masajeándose la rodilla con desgano-. Con el tiempo que pierdes charlando, mejor ve a buscar a Esmeralda. ¿No ves cómo me duele la pierna?
-Esmeralda regresará en unos días -dijo Valentín, ignorando la queja.
Margarita soltó una risita seca.
-Sabía que no iba a poder seguir causando líos por ahí.
-En la guardería de Pablo -continuó Valentín, serio-, ¿no es cierto que tuviste un problema con una niña?
Margarita entrecerró los ojos, recordando el incidente con un dejo de desprecio.
-¿Problema? Bah, solo era una niña. Pablo dijo que su mamá había hecho esa corona de flores, y la mocosa se puso a llorar como si le hubieran quitado todo. ¡Qué dramática! No sé cómo la crían en esa casa…
-Esa niña -interrumpió Valentín, con voz más grave- es nieta de la familia Santana. Al ofenderla, casi logras que cortaran los negocios con nuestro grupo.
Los ojos de Margarita se abrieron de golpe, y el color huyó de su rostro. Movió los labios, incrédula, como si las palabras se le atoraran en la garganta.
-¿Qué… qué estás diciendo?
-Esto es serio, mamá. El Grupo Espinosa está en un momento clave para salir a bolsa. Un traspié como este podría arruinarlo todo.
Margarita se retorció las manos, nerviosa. Había comenzado a saborear una vida cómoda gracias al éxito de su hijo, y la sola idea de perderlo le revolvía el estómago.
-Ay, hijo, yo no tenía ni idea -balbuceó, con la voz temblorosa-. Solo quería proteger a Pablo, que no lo fueran a lastimar. No me puedes echar la culpa por eso.
Valentín la observó en silencio por un largo rato, conteniendo la frustración que le ardía en el pecho. Finalmente, habló con una calma tensa.
-No te culpo, pero vas a tener que disculparte con la familia Santana.
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