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La Falsa Muerte de la Esposa novel Chapter 72

Capítulo 72

Carmelo, indeciso sobre cómo aliviar el peso que cargaba Esmeralda, optó por un gesto sutil: un guiño cómplice dirigido a Araceli. La pequeña, con esa sensibilidad que parecía innata, captó la señal al instante y corrió hacia Esmeralda, tomando su mano con ternura.

-Tía, ¿estás bien? -preguntó, su voz suave como un susurro de consuelo.

-Claro que , mi cielo -respondió Esmeralda, sacudiendo la cabeza mientras esbozaba una sonrisa que no lograba ocultar del todo su fragilidad.

-¿Te parece si vamos a la cocina a preparar algo delicioso juntas?

-¡Sí, por favor! exclamó Araceli, iluminando el momento con su entusiasmo infantil.

Al ver cómo Esmeralda recobraba poco a poco la compostura y se encaminaba a la cocina con la niña, Carmelo dejó escapar un suspiro de alivio. Con el celular en mano, se apartó hacia el balcón, buscando un instante de calma bajo el cielo abierto.

Mientras tanto, Valentín conducía de regreso a casa con Pablo a su lado. El rostro del pequeño aún guardaba las huellas de su llanto: mejillas brillantes por las lágrimas secas y rastros de mocos que Valentín ni siquiera intentó limpiar. Silencioso desde que subió al auto, Pablo parecía perdido en su propio mundo. Al llegar, Margarita los recibió con una mezcla de curiosidad y preocupación. Apenas cruzaron el umbral, el niño estalló nuevamente en sollozos. -¿Qué pasa, pequeño? -preguntó Margarita, apresurándose a tomar a su nieto mayor en brazos y sentándolo en su regazo.

El movimiento brusco despertó un Pinchazo en su pierna, y su rostro se contrajo en una mueca de dolor que intentó disimular.

-Abuelamamá ya no me quiere, ni a papá tampoco -gimió Pablo entre hipos.

-¿Qué dices? Eso no puede ser verdad -replicó Margarita, incrédula.

-Es cierto, abuela. Mamá tiene otro hombre.

La revelación dejó a Margarita con la boca entreabierta, atrapada entre la sorpresa y la confusión. Sin detenerse a cuestionar cómo un niño como Pablo podía entender algo así, giró los ojos hacia Valentín, buscando respuestas.

-Hijo, ¿es eso cierto? -inquirió, su voz cargada de asombro.

Valentín guardó silencio, limitándose a hacer un gesto con la mano para llamar a Eugenia. La muchacha, que había estado escuchando desde un rincón con la avidez de quien recolecta rumores, fingió indiferencia y se acercó con paso lento.

-Eugenia, lleva a Pablo a su cuarto -ordenó él, cortante.

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-Claro, señorrespondió ella, aunque en su interior lamentó perderse el resto de la historia.

Una vez que el niño desapareció por el pasillo, Margarita se acomodó junto a su hijo, su mirada insistente.

-¿Entonces? ¿Fueron a ver a Esmeralda? ¿De verdad está con otro hombre?

-Algo así. Con el asistente del señor Santana -masculló Valentín, con un dejo de desprecio.

Margarita abrió los ojos como platos, escandalizada.

-¿Esmeralda se está metiendo con el asistente del señor Santana? ¿Cómo se atreve a algo

así?

-No ha pasado nada aún -aclaró Valentín, aunque la furia seguía ardiendo en su pecho-. Después de pensarlo en el camino, me di cuenta. Por cómo actuaban ella y ese tal Carmelo, no hay nada serio todavía.

Está furiosa conmigo, eso es todo. Buscó un refugio, y como no puede llegar al señor Santana, se conformó con su asistente, reflexionó en silencio, mientras su mandíbula se tensaba.

-Tu esposa se está pasando de la raya -sentenció Margarita, masajeando su rodilla dolorida con gesto resentido-. Mira cuánto tiempo lleva fuera, dejando a su marido y a su hijo solos. ¿Qué clase de mujer hace eso?

-Cuando vuelva, deberías ponerle un freno. Una mujer necesita disciplina, o se desborda como río sin cauce.

-Ya, mamá, suficiente cortó Valentín, exasperado, frotándose las sienes con los dedos-. Preparé unos regalos. Quiero que lleves uno a la familia Santana como disculpa.

Margarita frunció el ceño, indignada. ¿Por qué debía ella disculparse? Tal vez no era su culpa que los Santana se hubieran distanciado. Quizá todo esto era obra de Esmeralda, enredando al asistente para salirse con la suya. Sin embargo, una chispa de astucia brilló en sus ojos. Se levantó con decisión.

-Está bien, iré ahora mismo -declaró, ya maquinando cómo aprovecharía esa visita a su favor.

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