Capítulo 92
Los estudiantes reunidos en el salón privado del club Neón eran un grupo selecto, figuras destacadas que llenaban páginas de revistas científicas con sus hallazgos y teorías. Sin embargo, esa noche, ante Esmeralda, quien aún no culminaba su maestría, se despojaban de toda arrogancia y se mostraban genuinamente admirados.
-Créeme, compañera, aunque no te conocíamos en persona, el profesor no dejaba de mencionarte dijo uno, con un brillo de entusiasmo en los ojos.
-Dicen que en la universidad encabezaste proyectos nacionales de gran calibre y conseguiste una beca que nos dejaría boqui abiertos. Eso es algo con lo que solo soñamos añadió otro, inclinándose ligeramente hacia ella.
-Imaginate todo lo que habrías logrado si te hubieras quedado en el laboratorio -comentó una voz más, cargada de curiosidad.
-¿Y por qué no seguiste en ese entonces? -preguntó alguien con tono desprevenido.
Esmeralda esbozó una sonrisa, aunque un leve matiz de tensión cruzó su rostro ante esa última pregunta. A su lado, Manuel alzó su copa con un gesto teatral de fingida indignación.
-¡Ya, silencio! Hablan demasiado, no vayan a espantar a mi niña -reprendió, entrecerrando los ojos con afecto.
Esmeralda dejó escapar una risita suave. A punto de cumplir treinta años, aún era “la niña” para el profesor, un apodo que le calentaba el corazón. La charla pronto se desvió de lo personal hacia temas profesionales, y el ambiente se llenó de un bullicio animado.
Aunque llevaba tiempo alejada del ámbito académico, Esmeralda no se sentía fuera de lugar. Su mente ágil y su intuición afilada absorbían cada consejo como una esponja, tejiendo conexiones entre ideas con una facilidad que sorprendía. Por un momento, el peso de su matrimonio infeliz, de su esposo y sus hijos, se desvaneció. Allí, entre risas y copas, volvió a ser simplemente ella.
-Profesor, amigos, quiero compartirles algo -anunció Esmeralda, poniéndose de pie con la copa en la mano. Vaciló un instante antes de continuar-. Por ciertas razones, es posible que pronto deje de usar mi identidad actual.
Un silencio repentino envolvió la mesa. Los rostros, enrojecidos por el licor, se volvieron hacia ella, confundidos. Manuel, con los ojos brillantes de alarma, fue el primero en reaccionar, tomando su brazo con delicada urgencia.
-¡Niña, ¿qué estás diciendo?! ¡No me digas que vas a renunciar al proyecto! – exclamó, su voz temblando de preocupación.
-Tranquilo, profesor, no me retractaré -respondió ella con una sonrisa serena-. Solo cambiaré de identidad. De ahora en adelante, pueden llamarme Siete.
-…Siete -repitió Manuel, frunciendo el ceño. Ese nombre resonaba en su memoria, un eco
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Capitulo 92
distante que no lograba ubicar.
Un compañero ya ebrio agitó la mano con desprecio, rompiendo la pausa.
-¡Qué más da cómo te llames! Para nosotros siempre serás la querida Hermana Esmeralda, la joya del profesor, ¿no es así, profe? -dijo, alzando su copa con torpeza.
Manuel se irguió, recuperando su compostura, y asintió con orgullo.
-Claro que sí. Ni juntándose todos podrían igualar a esta niña -afirmó, su tono cargado de una certeza inquebrantable.
La sala estalló en carcajadas y vítores, y el aire se llenó nuevamente de calidez y camaradería.
Tras horas de comida y bebida, los presentes se levantaron, tambaleantes, para despedirse. Esmeralda, que apenas había probado el alcohol, se encargó de pedir un conductor para sus compañeros mayores, velando por su seguridad como una hermana. La familia de Manuel llegó puntual para recogerlo, y cuando ella estaba a punto de marcharse, notó que había olvidado su bolso en el salón.
Regresó con paso ligero y, al entrar, se topó con Valentín. ¿Qué capricho del destino era aquel? Él avanzaba hacia ella, hablando con alguien, su figura recortada contra las luces tenues del club. Esmeralda se apartó discretamente para dejarlo pasar, pero al acercarse, captó fragmentos de su conversación. La voz de Valentín, empapada de embriaguez, flotaba en el aire con una claridad inconfundible.
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