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La Falsa Muerte de la Esposa novel Chapter 55

Capítulo 55

Esmeralda se sumergía en su tarea con una concentración casi ceremonial, sus manos danzando con precisión sobre la piel arrugada de Úrsula mientras colocaba las agujas. Á un lado, Isaac observaba en silencio, sus ojos siguiendo cada movimiento con una mezcla de curiosidad y respeto. Sobre una mesita cercana, una varita de incienso desprendía volutas de humo fragante que serpenteaban en el aire, marcando el paso lento de media hora con su aroma dulzón.

-Ya puedes retirarlas anunció Esmeralda, su voz suave pero firme, rompiendo la quietud.

Con destreza, extrajo las agujas de plata, guardándolas en su estuche con un cuidado casi reverente. Luego se sentó al borde de la cama y, con ternura, dio unas palmaditas en la mano

de la anciana.

-Úrsula -susurró, inclinándose hacia ella.

La anciana, sumida en un sueño profundo hasta ese momento, dejó escapar un suspiro largo y tembloroso. Sus párpados se alzaron con esfuerzo, revelando unos ojos nublados que tardaron

en encontrar claridad.

Al verla despertar, Isaac maniobró su silla de ruedas con agilidad y se acercó al instante.

-¿Abuela? -preguntó, su tono cargado de una esperanza contenida.

Úrsula parpadeó, sus pupilas opacas buscando enfocar las figuras a su alrededor. Tras un momento que pareció eterno, giró la cabeza hacia ellos.

-Eh-musitó, su voz apenas un hilo.

-Úrsula, ¿cómo te sientes ahora? -preguntó Esmeralda, inclinándose un poco más, su mirada

atenta.

La anciana frunció el ceño, como explorando su propio cuerpo. De pronto, una chispa de lucidez brilló en sus ojos. Sus extremidades, antes pesadas como piedras, parecían aligerarse, y aunque la fuerza aún le era esquiva, una sensación cálida comenzaba a recorrerlas.

-Mis piernas-dijo, casi incrédula, mientras intentaba moverlas.

Y, en efecto, bajo las sábanas, sus pies se desplazaron apenas unos centímetros. El asombro le abrió los ojos de par en par.

-¡Dios mío! -exclamó, su voz temblando de emoción. ¡Realmente puedo moverme!

Se volvió hacia Esmeralda, con el rostro iluminado por una mezcla de gratitud y maravilla.

-¿Tú hiciste esto por mí?

Esmeralda sonrió, cálida y serena, y volvió a palmearle la mano con suavidad.

-Abuela, no te emociones demasiado. Esto no es una cura completa todavía. La acupuntura de hoy solo ayudó a despertar la circulación y a desbloquear los meridianos.

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Capitulo 55

Giró el rostro hacia Isaac, su expresión tornándose práctica.

-En los próximos días, Úrsula va a necesitar un fisioterapeuta. Después de tanto tiempo en cama, sus músculos están débiles, y eso es normal.

-De acuerdo -respondió Isaac, asintiendo con resolución-. Yo me ocuparé de eso.

Luego, con un tono más suave, añadió:

-Abuela, descansa bien, ¿?

-Siete, eh -murmuró Úrsula, aferrando la mano de Esmeralda con una alegría infantil, reacia a soltarla. Dime, ¿qué es lo que te gusta de nuestro Isaac?

Esmeralda se tensó, un leve rubor subiéndole a las mejillas. Forzó una sonrisa, buscando con la mirada a Isaac, pero él ya había abandonado la habitación en silencio.

-Yobalbuceó, atrapada entre la verdad y la delicadeza del momento.

Sabía que ocultar la realidad a la anciana era arriesgado, pero un sobresalto podría ser aún peor. Mientras dudaba, Úrsula dejó escapar un suspiro melancólico.

-Ese muchacho tiene un corazón grande, pero su carácteray, no es fácil de querer. Aunque contigo, niña, lo veo distinto cuando te mira.

La anciana entrecerró los ojos, perdiéndose en un horizonte de recuerdos.

-Soy vieja ya, no me queda mucho. Si pudiera verte feliz con él, me iría en paz. Y si el abuelo de Isaac viera lo buena que eres, estaría tan orgulloso

Esmeralda sintió un nudo en el pecho, una presión que le robó las palabras. No encontró valor para desmentirla en ese instante y optó por guardar silencio. El incienso aún flotaba en el aire, dejando a Úrsula en un estado de calma soñolienta. Charlaron un poco más, y Esmeralda le insistió con cariño en que descansara.

Antes de marcharse, decidió buscar a Isaac. Él, como familia, debía aclararle la situación a la anciana con tacto. Al acercarse al estudio, la puerta entreabierta dejó escapar una voz firme.

-No hace falta -decía Isaac-. Mis piernas no están del todo perdidas. Puedo sostenerme un rato, y creo que lograré dar el discurso sin problema.

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