Sergio se detuvo y, de repente, le sujetó la mandíbula.
—Qué mala suerte tienes… Nunca he sabido cómo tratar a una mujer con delicadeza -murmuró con una sonrisa siniestra.
-Te cooperaré en la boda, ¡pero dame el celular!
Los ojos de Luna se llenaron de lágrimas. Se veía tan frágil, a punto de quebrarse.
Sergio la observó en silencio: no era una belleza extraordinaria, e incluso no era tan bonita en comparación con algunas mujeres con las que había estado; pero tampoco estaba mal, al menos era del tipo cuyo encanto aumentaría poco a poco con el tiempo.
Sin embargo, esa viveza que tenía era algo que no había encontrado en otras. En ella no vio la adulación, ni esas falsas acciones del supuesto afecto. Por primera vez, un pensamiento absurdo le cruzó la mente: si abandonaba ese carácter y formaba un matrimonio con ella, sería una buena opción.
Esa idea descabellada lo hizo volver en sí. Recobró de pronto la lucidez, soltó su mano y se puso de pie.
-Da igual a quién le hayas escrito o qué hayas dicho. Si quieres que tus padres estén a salvo, compórtate y haz de novia sumisa en la boda.
Dicho esto, él salió del dormitorio. La frente de Luna ya estaba llena de sudor de miedo. De hecho, ni siquiera esperaba que él lo dejara pasar tan fácilmente…
Por la tarde, Celia visitó de nuevo la residencia de los Ruiz. Esta vez, la señora Ruiz, Amanda, estaba en casa. La empleada
doméstica la reconoció y de inmediato la saludó:
-Buenas tardes, señorita.
Amanda, al oírlo, bajó por la escalera curva.
-¿Tenemos visita? -preguntó Amanda.
La empleada pidió a Celia que esperara un momento, luego se acercó a su señora y le explicó la situación en voz baja.
Amanda salió a la sala de estar. Al ver a Celia en la entrada, se quedó un poco aturdida por un momento. De pronto recordó algo
con sorpresa:
-Y usted… es la señora Herrera, ¿cierto? ¡Pase, pase!
Amanda la había reconocido. Acto seguido pidió a la empleada que les sirviera el té. Celia siguió a Amanda y ambas pasaron juntas a la sala. Esta última, de buen humor, incluso pidió que les prepararan algunos dulces. Luego, invitó a Celia a sentarse.
-Es que no me esperaba su visita. ¿Y el señor Herrera? ¿No vino con usted?-preguntó Amanda con una sonrisa radiante.
-Vine sola -respondió Celia también con una sonrisa cortés.
Amanda respondió con amabilidad. Después de que les sirvieron el té y los dulces, entabló de nuevo la conversación:
-Entonces, ¿a qué debo el honor de su visita hoy?
Celia sabía que la alianza entre las familias Ruiz y Quiroga no era un asunto menor. Ambas familias ya habían enviado las invitaciones a sus conexiones. Si en ese momento le soltaba imprudentemente el mensaje de Luna, era posible que Amanda no
le creyera.
Además, Luna seguía en manos de los Quiroga. Si los Ruiz iban a cuestionarlos con el mensaje, los Quiroga podrían inventar otras excusas para ocultar lo que habían hecho, y ella también podría terminar metida en un buen lío.
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Señora Ruiz, como sabrá, Luna y yo somos colegas. Vine hoy por ella porque me enteré de que va a casarse.
-¡Ah, es por mi hijita! —Amanda sonrió mientras le servía el té—. Mi esposo ya le envió la invitación al señor Herrera. ¡Pensé que usted ya lo sabría! Sí, ya está todo arreglado. La boda será la semana que viene.
Celia fingió entender todo:
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