Al anochecer, cuando Celia entró en el restaurante, se dio cuenta de que, aparte de César, no había otros clientes.
El llevaba una camisa blanca, que se había arremangado hasta las muñecas y estaba de pie bajo la tenue luz amarillenta, mientras encendía las velas de la mesa. Detrás de él, a través del enorme ventanal, las luces de neón se entrelazaban, delineando el contorno fascinante de la ciudad nocturna.
Era una escena tan romántica… Si hubiera pasado en el pasado, ella se sentiría conmovida. No obstante… Aflojó un poco el paso y se acercó desconcertada a la mesa.
-¿Qué significa todo esto?
El apagó la cerilla y sonrió con ternura.
-Hace mucho que no cenamos a solas y tan tranquilamente. Prefería hacerlo de forma más formal.
Celia lo entendió.
-No era necesario.
Él se rio con amargura.
-Quizás sea mi última vez.
Celia no esperó esta respuesta. Sintió que era un intento de César para ganarse su compasión. Corrió la silla y se
sentó.
-No tienes cáncer terminal. No hables como si estuvieras a punto de morir.
-¿Puedo interpretar eso como que no quieres que me muera? -César rio.
-Qué idea más absurda.
Ella le hizo caso y llamó al mesero para tomar el pedido. César la miró, sonriendo en silencio.
***
Durante la cena, César no comió mucho. Llevó la mirada hacia Celia.
-En todos estos años, parece que nunca tuvimos una cita formal, ¿cierto?
Ella hizo una pausa, sin responder de inmediato. Él cortó su filete detenidamente.
–Antes pensaba que podríamos tener una durante las vacaciones que habíamos planeado. Lástima que al final no se pudo.
-¿Qué quieres decir?
Él evitó su pregunta.
-Además, te debo una boda decente.
Boda… La expresión de Celia se ensombreció un poco. Dejó de lado los cubiertos y le preguntó:
-¿Me trajiste aquí para decirme estas cosas?
Él no respondió. Ella asumió su silencio y solo sonrió.
— En este mundo, hay algunas cosas que no se pueden compensar. Y, las cicatrices en el corazón no se borran.
César apretó los puños. De su garganta salió un “sí“, y su voz sonó ronca.
-Pero aun así espero que puedas olvidar las penas del pasado.
Ella perdió la sonrisa.
-¿Con qué derecho me pides que las olvide?
César la miró fijamente.
-Solo espero que las olvides.
-A menos que todo lo que pasó nunca haya sucedido, es imposible que lo olvide.
Celia ya no tenía apetito. Se levantó para irse. César apretó los labios. No pareció intentar detenerla. (1
Dos días después, Celia entregó a la policía las pruebas que Ana le había proporcionado. Después de revisar las grabaciones, el oficial le preguntó:
-¿Por qué no denunció cuando sucedieron los accidentes?
-Porque en ese momento no tenía ninguna prueba -respondió Celia.
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