Dos días después, el banquete de bodas se celebró en un lujoso crucero en el puerto. Aunque los invitados no eran numerosos, todos eran comerciantes adinerados y prominentes del círculo de Rivale. El estacionamiento en el muelle estaba lleno de docenas de autos de lujo, y todos los que abordaban vestían con elegancia para asistir a la gran fiesta.
La pareja Ruiz y la nueva pareja estaban en la pasarela de acceso, recibiendo a los invitados con amplias sonrisas. Frente a los saludos que recibían, correspondían con amabilidad:
—Tengan cuidado al subir.
—¡Señora Ruiz! ¿Y este debe ser su yerno?
Una dama adinerada, amiga de la señora Ruiz desde hacía años, después de entregarle el regalo, examinó a Sergio y lo elogió:
—Qué joven más apuesto. Su hija tiene mucha suerte.
La señora Ruiz no esperó ese elogio. Sin saber cómo responderle, solo le sonrió. Antes de que pudiera decir algo, Sergio habló sonriendo con educación.
—Es usted muy amable.
—Solo dije la verdad. Pero...
La dama de repente notó la expresión sombría de Luna y mostró una expresión de vergüenza.
—Ah, pues... —titubeó.
Cuando iba a añadir algo, un hombre de mediana edad a su lado la apartó con rapidez.
—Basta, basta, las charlas pueden esperar. Subamos al crucero primero, no bloqueemos el camino de otros invitados.
—Pero... ¿por qué la novia no sonríe en su gran día? —murmuró la dama confundida.
—No te metas en lo que no te importa.
Luna apretó con fuerza el ramo de flores entre sus manos, mordiéndose los labios en silencio. Sergio, impasible, se acercó a ella y dijo en un tono que solo ambos podían oír:
—¿No sabes sonreír? Dijiste que cooperarías en la boda.
Al instante, Luna esbozó una sonrisa forzada. Era una sonrisa más rara que el llanto, pero mejor eso que nada.
La señora Ruiz observó a su hija con preocupación y vio justo cómo Sergio le lanzó una mirada amenazante a Luna. Esa mirada desapareció en un santiamén, pero la sonrisa de la madre también se congeló un momento. Después de eso, se quedó en un estado distraído.
***
Celia parqueó su auto en el estacionamiento y bajó del vehículo.
—¿El señor Herrera también vino? —alguien murmuró con curiosidad.

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