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Cuando al fin ella se rindió, él se enamoró romance Capítulo 483

César tomó entre sus manos una bufanda roja de punto y la acarició con suavidad. Había dedicado más de tres meses en tejerla, periodo en el que había tirado ocho bufandas semiacabadas a la basura. Era un regalo que había preparado él mismo. Tal vez solo de esta manera podría mostrarle su sinceridad…

—Nunca celebré festividades con ella. Solo quiero pasar una Navidad a su lado. Cuando termine, regresaré al hospital —prometió César.

Al otro lado de la línea, Yael, con las manos en las caderas, se rascó la cabeza exasperado e impotente.

—¡Te contradices tanto! Si ella tanto te importaba, ¿por qué no hiciste nada antes? Si quieres recuperar a tu exesposa, ¡más te vale ingeniártelas para seguir con vida! Si no, ¡ella acabará en brazos de otro!

César asintió con un leve sonido y colgó. Poco después, marcó el número de Lía. Cuando Lía recibió la llamada, se encontraba en una clínica en espera por medicamentos. Justo cuando le llegó el turno, se sujetó el abdomen con una mano y caminó lentamente hacia el mostrador de farmacia para entregar la receta.

—Ya pensaba que habías muerto. Ni siquiera me hiciste una llamada después de tanto tiempo —se burló de César.

—Aún estoy vivo. ¿Dónde estás ahora?

—Vaya, ¿ahora te preocupas por mí? Estoy en la clínica.

—No es por preocupación. Necesito que le lleves algo a Celia.

Lía puso los ojos en blanco. Recogió la medicina y refunfuñó descontenta:

—Siempre antepones a tu mujer antes que a tu hermana. Ni siquiera derramarás una lágrima el día que me muera, ¿verdad?

Él rio, divertido.

—Bueno, una lágrima es un precio aceptable.

—No quiero tu falsa compasión —refutó con desdén y luego preguntó—. ¿De qué se trata?

—Voy a buscarte.

Lía, tras colgar, maldijo a César en su corazón por enésima vez, luego se encorvó y salió lentamente de la clínica. El dolor de estómago parecía una tontería, pero cuando ocurría, ¡era completamente una agonía! Justo en ese momento, se topó de frente con Nicolás. Ella, de pie en las escaleras, contuvo el dolor para enderezar la espalda a la fuerza.

—Vaya, es nuestro estimado señor Gómez.

Nicolás entrecerró ligeramente los ojos.

—¿Necesitas algo? —preguntó.

—No. Solo quería saludarte. —Lía bajó los escalones y lo miró directamente—. Por cierto, Celia sufrió un secuestro… ¿No te preocupas por ella?

—¿Por qué debería decirte si ella me importa o no? —le replicó.

Dicho esto, él la esquivó y subió las escaleras.

—Es solo curiosidad. —Lía lo siguió y continuó—: Total, me muero por verlos competir... digo, ¡ver quién ganará esta gran batalla!

Al escucharlo, Nicolás se detuvo, se volvió y la miró fijamente.

—Por supuesto. —Enzo mostró una expresión de orgullo—. Las mujeres deben casarse con hombres que sepan manejarse en la cocina.

Nada más decirlo, recordó algo, consciente de su falta de consideración.

—Lo siento, se me olvidó… —Se disculpó.

Ella negó.

—Tranquilo, papá. Ahora estoy divorciada. Nadie sabe lo que sucederá en el futuro.

—No hay prisa. Aunque no te vuelvas a casar, yo puedo mantenerte toda la vida.

Al oír esto, Celia no pudo evitar reír.

—Entonces me quedaré viviendo con ustedes para siempre.

Enzo estalló con una carcajada.

—¡Eso me haría muy feliz!

De repente, sonó el timbre de la puerta. La empleada abrió la puerta. Al volver la mirada, vio a Lía, quien la saludó con la mano desde fuera.

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