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Cuando al fin ella se rindió, él se enamoró romance Capítulo 452

Capítulo 452

-¡Perfecto! Con esa promesa, me quedo tranquilo.

Al oír esto, Manolo retiró el pie que tenía encima de Daniel antes de continuar.

-Pero hoy tengo que ver el dinero. Si no, no me culpen por ser cruel.

-Claro, claro…

La mujer primero levantó a su esposo maltrecho y luego se inclinó con humildad.

-¡Haré lo que sea para conseguir el dinero hoy! -prometió.

Tomó apresurada el celular de Daniel y, con la mano temblorosa, marcó el número de Sía. Poco después, Sía respondió.

-Dime.

-Necesitamos treinta mil, ahora mismo.

-Señora Rivas, ya quedamos en un precio, ¿no? ¿Te das cuenta de que estás pidiendo un ojo de la cara?

La mujer apretó los dientes.

-Hicimos lo que nos pediste, ¿y qué pasó? ¡La señora Gómez ya se enteró de lo que hiciste! ¡Y ni siquiera te delatamos! Escucha, quiero ver el dinero enseguida. Si no, si nos pasa algo malo, ¡tú tampoco te salvas!

Sía iba a decir algo más, pero la señora Rivas colgó. Más que la amenaza, le preocupaba que Adela pudiera rastrearla hasta ella, después de todo, ya había dado con la pareja Rivas. Que aún no la hubieran delatado no significaba que no lo fueran a hacer en el futuro. Si pudiera deshacerse de ellos en silencio…

Sía tomó aire y sacó un frasco de pastillas de un cajón.

Si la pareja fuera sensata y se quedara quieta después del trato, ella no habría querido llegar a hacer esto. Eran demasiado codiciosos.

Poco después de enviar un mensaje a la otra parte, salió de su casa. Llegó a la casa de los Rivas y llamó a la puerta. Al poco rato, la mujer la abrió lentamente. Justo cuando Sía iba a hablar, notó sin querer la punta de un zapato de cuero que sobresalía junto a la puerta. Al darse cuenta de algo, decidió no entrar.

-Señora, de repente recordé que aún tengo algo que hacer. ¿Qué tal si quedamos para mañana?

Enseguida dio media vuelta para irse, pero, al instante, dos jóvenes corpulentos le bloquearon el paso.

***

En la casona de los Gómez, Adela estaba sentada en el pabellón del jardín, bebiendo vino tinto. Poco después, el mayordomo se le acercó y le entregó con ambas manos un celular en llamada.

-Señora Gómez, soy yo -la voz del otro lado sonaba respetuosa-. Ya les hemos dado una lección. ¡Y ahora los tres se están echando la culpa unos a otros!

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Aparte de la esposa de Daniel, que estaba embarazada, tanto Daniel como Sía habían sufrido lo suyo. En ese momento, Sía estaba tan magullada que apenas se le reconocía la cara.

-Pásale el celular a la joven.

-Claro Manolo se acercó a Sía y le entregó el celular.

Ella se encogió de miedo, pero no se atrevió a rechazarlo.

-Señora… -dijo con voz débil.

-Si abandonas Rivale a partir de hoy, no te haré más daño. Es mi última advertencia.

Los dedos de Sía casi se clavaron en la funda del celular. Contuvo con dificultad la respiración y, con la voz aún temblorosa, dijo:

-Ya… ya lo entiendo.

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